ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL ESPACIO

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Por Carlos de la Vega

A medio siglo de la llegada de la humanidad a la Luna es oportuno recapitular los beneficios que tuvieron los programas espaciales en términos de avances tecnológicos y económicos más allá de sus propios cometidos. Las lecciones para Argentina.

El 20 de julio pasado se conmemoraron 50 años del arribo de la misión Apolo 11 a la Luna, la primera vez que miembros de la humanidad llegaban a otro cuerpo celeste. El honor le tocó a tres astronautas de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (National Aeronautics and Space Administration – NASA) de los Estados Unidos de América (EE.UU), Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins. Los dos primeros pisaron suelo selenita mientras el tercero permanecía en órbita pilotando el módulo principal de la nave. Concebida en medio de la Guerra Fría, la iniciativa de llegar a la Luna, lanzada públicamente por el presidente norteamericano John F. Kennedy el 25 de mayo de 1961 en una sesión conjunta de ambas cámaras del Congreso estadounidense, fue parte de la competencia estratégica entre los EE.UU y la entonces Unión Soviética.

La increíble aventura de llevar hombres a la Luna y traerlos sanos y salvos a la Tierra implicó un esfuerzo económico y tecnológico enorme. Los beneficios derivados de ello trascendieron largamente la propia exploración espacial y se proyectaron a los ámbitos más diversos, no sólo de la vida social, sino también de la personal. Desde la defensa hasta la indumentaria, la medicina o los electrodomésticos pasaron a nutrirse de los resultados de esa gesta. Gran parte del liderazgo tecnológico y económico de los EE.UU en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI, fueron tributarios de aquéllos esfuerzos.

A 50 años de esa proeza es oportuno recordar cuales fueron los “derrames” que generó el programa que permitió llegar a la Luna, en particular; y la actividad espacial en general. El tema no es para nada ajeno a la Argentina, país que ostenta en la actualidad el programa espacial más ambicioso y avanzado de América Latina, y de cuya importancia estratégica para el país se debe tomar cabal conciencia, especialmente en momentos en donde su continuidad corre peligro a causa de los recortes presupuestarios y las políticas llevadas a cabo desde el gobierno nacional.

Más acá de la Luna

Wallace Fowler, doctor en ingeniería y profesor emérito de la Universidad de Texas en Austin (EE.UU) ha calculado que el costo de los programas espaciales de la NASA desde su fundación en 1958 hasta 2014, ajustados por inflación, fueron de 900.000 millones de dólares estadounidenses (U$D). De ese total, unos U$D 110.000 millones (U$D 25.000 a valores corrientes) corresponden a los programas Mercury (1958-1963), Géminis (1962-1966) y Apolo (1961-1975) que permitieron poner a los primeros astronautas estadounidenses en el espacio exterior y luego en la superficie lunar. Fowler también estima que por cada dólar invertido en los diferentes programas espaciales que la NASA llevó adelante a lo largo de sus años de existencia, el retorno para el conjunto de la sociedad norteamericana ha sido entre U$D 8 y U$D 10. Estos beneficios se han materializado en múltiples campos y sectores tecnológicos y económicos, muchos de ellos más allá de la específica actividad espacial. El salto que se dio en el desarrollo de las computadoras es uno de los más conocidos. Fowler recuerda que la computadora de guiado que empleaban los Apolos tenía un peso próximo a los 32 kilogramos, consumía 55 Watts de electricidad y contaba con menos 40 Kb de memoria, en una época en donde la mayor parte de las computadoras pesaban toneladas y ocupaban habitaciones enteras. No es casualidad que el comienzo del mítico centro mundial del software y la computación, Sillicon Valley, en EE.UU, comenzara a surgir a fines de la década de 1960, precisamente cuando el programa Apolo llegaba a su madurez. Pero los avances en el área de la informática fueron sólo uno de los beneficios que legó la carrera espacial.

Algunos cálculos sitúan en torno a las 6.000 tecnologías derivadas del programa espacial Apolo y sus sucesores, que se emplean en la actualidad. Obviando las cuestiones relacionadas a la defensa, con una directa vinculación con los desarrollos espaciales, en la vida civil contamos con mejoras e innovaciones que derivan de aquéllos avances en campos tan diversos como la salud, el transporte, la seguridad pública, los artefactos domésticos, el medio ambiente y los procesos agrícolas, la computación, la productividad industrial y hasta la recreación. En el Gráfico 1 se muestra una selección, limitada pero demostrativa, de algunos de los artefactos y técnicas de uso cotidiano en la Tierra que provienen de la exploración espacial. Del otro lado del océano, la Agencia Espacial Europea (European Space Agency – ESA) realiza periódicamente sus propios cálculos sobre el impacto económico de las actividades a su cargo. Otras instituciones públicas del Viejo Continente, como la Comisión Europea suelen hacer algo similar.

En 2016 un estudio realizado por la consultora PricewaterhouseCoopers para la Comisión Europea sobre el programa de observación de la Tierra, Copérnico, estimó que de los 7.400 millones de euros (€) que se prevé invertir en el mismo, se obtendrían beneficios económicos acumulativos por € 13.500 millones. Dos años antes, otra evaluación efectuada sobre el impacto económico de los lanzadores espaciales Ariane 5 halló que el retorno de la inversión posee un factor multiplicador de 4.1. Estos cálculos sólo se concentran en el aspecto meramente contable de las actividades espaciales, sin considerar los beneficios y externalidades positivas de las mismas en términos de avances tecnológicos que modifican aspectos relevantes de la vida de las personas, de las sociedades o de sus sistemas productivos. Queda pendiente para otra ocasión relevar las consecuencias que conllevó para la sociedad rusa, tanto durante la época soviética como luego de ella, su formidable programa espacial que tuvo como espectacular debut público mundial el primer vuelo orbital de un humano, Yuri Gagarin en 1961.

GRÁFICO 1

No sólo los grandes

No es necesario enfocarse en los grandes programas espaciales de las naciones o bloques internacionales más poderosos para encontrar los beneficios ostensibles de este tipo de inversiones. Un país desarrollado pero de escasas dimensiones poblacionales como Canadá, que tempranamente se embarcó en su propio programa espacial, también encontró en los resultados de esta decisión múltiples beneficios económicos y tecnológicos, más allá del sector específico. En 2002 tres investigadores canadienses y un francés (Fernand Amesse, Alain Poirier, Jean-Marc Chouinard y Patrick Cohendet) publicaron un trabajo retrospectivo sobre el impacto económico nacional de las actividades espaciales de Canadá en las cuatro décadas precedentes.

Dado lo limitado de los recursos de ese país para embarcarse en un programa espacial, en la década de 1960 se decidió que la Agencia Espacial Canadiense (Canada Space Agency – CSA) se especializaría en algunos nichos muy específicos. Las tres áreas en donde el país del norte de América se enfocaría serían: Satélites de telecomunicaciones, instalaciones terrenas y robótica espacial; descartándose desarrollar un lanzador propio. En 1980 se optó por que la CSA también se uniera al proyecto de la Estación Espacial Internacional contribuyendo en el módulo de servicio (Mobile Servicing System – MSS).
Para poder llevar adelante estas actividades la CSA eligió el camino de asociarse a las dos mayores agencias espaciales del mundo, por un lado la NASA y por la otra la ESA, de la que sigue siendo hoy en día el único miembro extra europeo.

Desde un principio el programa espacial canadiense tuvo una fuerte orientación a generar encadenamientos productivos en la base empresaria nacional, especialmente pyme, e inducir spin-off que pudieran repercutir positivamente en otros sectores de la economía. En 1988 se creó el programa Strategic Technologies in Automation and Robotics (STEAR) cuyo objetivo explícito era incorporar a las pymes, junto a las universidades y los centros de investigación, a los trabajos de desarrollo sobre automatización y robótica a ser empleados en la participación de la CSA en el MSS. Uno de los postulados fundamentales del STEAR era que las inversiones y la acciones de promoción debían realizarse con un criterio lo más federal posible, beneficiando al mayor número de regiones del país que fuera factible.

Los resultados positivos del programa espacial canadiense han sido ostensibles. Los hitos tecnológicos que ha protagonizado van desde el brazo mecánico (Canadarm) que tenían los transbordadores espaciales para manipular las cargas que portaban, hasta la mencionada participación en el programa de la Estación Espacial Internacional que hoy en día moviliza a más de 500 proveedores de todo el país. Como ejemplo de los “derrames” de la actividad espacial canadiense en otros campos, está el caso del Canadarm y su aporte a la lucha contra el cáncer. La tecnología de este artefacto fue tomada años más tarde por el Centro para la Invención e Innovación en Cirugía (Center for Surgical Invention & Innovation – CSII) para desarrollar el Robot Autónomo Guiado por Imágenes (Image Guided Autonomous Robot – IGAR), un equipo automatizado para la realización biopsias en tiempo real y tratamientos en casos de cáncer de mama.

Una evaluación parcial de los réditos económicos de algunos de los programas espaciales canadienses específicos y centrada en el sector privado arrojaron resultados muy destacables. Las tres principales líneas de trabajo canadienses en el rubro espacial (la participación en el MSS, el desarrollo de satélites de observación de la Tierra y de telecomunicaciones, este último con progresivo liderazgo del sector privado) implicaron beneficios de entre un 500% y el 1.000% en relación a los gastos que ocasionaron (Gráfico 2). Y aunque en los últimos años Canadá sufrió un proceso de extranjerización de varias de sus empresas líderes en el sector espacial, fruto de la necesidad de mayores inversiones para poder mantenerse competitivas, es indudable que el sector le ha traído variados beneficios al país, más allá, incluso, de lo estrictamente monetario.

GRÁFICO 2

El espacio propio

La actividad espacial argentina se remonta a la década de 1960 y desde temprano se destacó por logros de considerable magnitud, empleando cohetes sonda y otros vectores similares. En 1969, en una de esas naves, fue enviado a un vuelo suborbital al espacio exterior un mono caí llamado “Juan”, que retornó sin problemas a la Tierra. La exploración espacial estuvo hasta 1991 a cargo de la Fuerza Aérea Argentina (FAA). En mayo de ese año se creó la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) como un organismo enteramente civil que concentraría la exploración ultraterrestre y sus actividades derivadas. En 1994 asumió como su director el mítico Conrado Varotto, responsable, 18 años antes, de la creación de INVAP; quien conduciría la agencia espacial argentina hasta 2018.

Varotto fue el impulsor del diseño y aprobación del Plan Espacial Nacional que rige hasta el presente a la CONAE y cuyo foco son dos líneas específicas de trabajo: Los satélites de observación de la Tierra y la obtención de un vector para el acceso al espacio, en términos más simples, un cohete para colocar satélites en órbita. En sus años de existencia, la CONAE obtuvo logros que habían sido impensables en las décadas previas a su creación. En 2006 se le sumó, como promotora de la actividad espacial argentina, ARSAT, otra empresa del Estado nacional focalizada en la adquisición y gestión de satélites geoestacionarios para telecomunicaciones con fines comerciales. El principal proveedor tecnológico del desarrollo y producción de los satélites y de las facilidades terrestres para el control de los mismos, tanto para CONAE como para ARSAT, ha sido la empresa estatal rionegrina INVAP.

La actividad espacial de las últimas tres décadas ha dejado cuantiosos beneficios tecnológicos y económicos para Argentina que se han constituido en pirales fundamentales de la construcción de su soberanía real. “Al igual que en EE.UU, la decisión del Estado [argentino] de haber creado la CONAE en la década de los ’90, estratégicamente para el país fue muy bueno”, menciona Gabriel Absi, gerente del Área Espacial de INVAP, a Full Aviación en diálogo telefónico desde Bariloche. A partir de ese hito “se desarrollaron capacidades que, sin bien se utilizan para el área espacial, también generan otros posibles negocios, tanto para nosotros como para empresas [proveedoras], ya sea en el ámbito nacional, como en el internacional”, agrega Absi.

Un ejemplo de estos spin off (actividades o emprendimientos, generalmente tecnológicos, nacidos a partir de otros previamente existentes) fue la tecnología de radar. Originalmente fue desarrollada por INVAP para los radares de apertura sintética de los SAOCOM pero una vez en poder de los conocimientos y las capacidades que ello generó, permitió diseñar, fabricar e instalar las redes de radares primarios tridimensionales de uso militar, los secundarios de control de tráfico aéreo comercial y los meteorológicos, todos de producción y tecnología nacional, con los que actualmente cuenta el país. Con esta iniciativa Argentina pasó a ser uno de los quince o veinte países a nivel mundial que domina la tecnología radar. Asimismo, evitó tener que comprar estos equipos al exterior con la erogación de divisas y la pérdida de autonomía tecnológica que ello hubiera implicado, y ahora dispone de una familia de productos y servicios de altísimo valor agregado y probados en condiciones de uso normal, listos para la exportación.

En el presente, alrededor de 60 empresas pyme de media y alta tecnología trabajan en torno a INVAP en los proyectos espaciales. Con las capacidades que desarrollan en estos contratos esas empresas pueden ofrecer sus productos o servicios a otros clientes, muchos de ellos en el exterior. Tal es el caso, entre otros, de Emtech una pyme fundada por un ex empleado de INVAP con oficinas en Bariloche y Bahía Blanca (Provincia de Buenos Aires) que comenzó trabajando para aquélla como proveedora de sistemas de lógica programable a partir de dispositivos FPGA (field-programmable gate array), para pasar a exportar en la actualidad a los EE.UU.

Para la CONAE uno de los objetivos desde su comienzo ha sido “poder brindar información de origen espacial a distintos ámbitos de la sociedad, tanto públicos como privados”, explica a Full aviación, Raúl Kulichevsky, su actual director Ejecutivo. Entre esas actividades ha estado siempre la “asistencia para emergencia, tanto al gobierno nacional, como a los provinciales y municipales. Nosotros tenemos un contacto muy fluido a todos los niveles”, agrega Kulichevsky.

Los servicios directos a la sociedad a partir de los satélites de observación de la Tierra no son los únicos beneficios que ha traído la CONAE. La necesidad de desarrollar empresas proveedoras con altos estándares tecnológicos y de calidad, similar a lo ocurrido con INVAP, ha permitido el surgimiento de un conjunto importante de pymes que, a partir de ser proveedoras del programa espacial argentino, pueden luego salir a exportar. Un caso es Space Sur, una compañía con base en la Ciudad de Buenos Aires, que acaba de abrir una sucursal en Barcelona (España) para la comercialización en Europa de varias de las capacidades desarrolladas en su trabajo con la CONAE.

“Una de las prioridades que hemos tenido en CONAE desde su creación – enfatiza Kulichevsky – ha sido promover ese derrame en Argentina para generar capacidades y luego ver cómo podemos apoyar a esas empresas para que puedan acceder a otros mercados”. Un esquema similar al empleado por Canadá en sus programas espaciales y que posicionaron a este país como un referente del sector a nivel mundial.
La propia CONAE creó hace unos años atrás Veng, una empresa derivada para el desarrollo y fabricación de los nuevos satélites de observación de la Tierra como la serie SAOCOM y para trabajar en el vector de acceso al espacio, Tronador II.

Federalismo espacial

Hubo otro beneficio colateral del programa espacial argentino, la promoción del federalismo. En un país que padece una desproporcionada concentración de población y poder, económico y cultural, en su ciudad capital, es de suma importancia que las actividades espaciales se hayan diseminado lejos del área metropolitana de Buenos Aires. INVAP tiene sus instalaciones en la puerta de la Patagonia, Bariloche. Y junto a su sede se construyó y opera el Centro de Ensayos de Alta Tecnología (CEATSA), una empresa conjunta entre ARSAT e INVAP con la capacidad para realizar, entre otras cosas, ensayos ambientales de satélites completos. Algo que en América Latina sólo poseen Argentina y Brasil. Por otro lado, el principal centro de control y producción satelital de la CONAE y Veng, el “Teófilo Tabanera”, se encuentra ubicado en Falda del Carmén, en las sierras cordobesas; y la base de prueba y futuros lanzamientos del Tronador II se sitúa en Punta Indio, al sur de la Provincia de Buenos Aires.

La distribución de las capacidades tecnológicas y productivas del sector espacial a lo largo del territorio nacional contribuye, decididamente, a una ocupación espacial más efectiva del mismo y a mejorar la oferta de oportunidades en sus lugares de origen para los/as profesionales más formados/as desalentando la migración a las grandes ciudades en busca de un futuro que tantas veces no encuentran. En esto, también hay similitudes con los objetivos federales que en su momento se planteó el programa espacial de Canadá, otro país con vastas extensiones de tierra, escasa población relativa y pocos centros urbanos de gran envergadura.

Más vale continuidad que fuerza

El programa espacial argentino, en sus diferentes vertientes, merced a los recortes presupuestarios y el debilitamiento de la política espacial del Estado nacional, se encuentra en una coyuntura difícil que podría implicar un peligroso retroceso y la pérdida de importantes capacidades. El problema no es sólo lo que puede ocurrirle a las entidades gubernamentales, como CONAE, o a las empresas estatales como INVAP o Veng; sino el impacto que sufren las pymes tecnológicas que nacieron y viven en su derredor. A fines de 2018 Servicios Tecnológicos Integrados (STI), una de las principales proveedoras privadas nacionales del proyecto SAOCOM, cerró sus puertas; y Ascentio, una empresa cordobesa involucrada en el desarrollo de gran parte del software de los satélites de la CONAE y de su segmento terrestre, despidió a casi un tercio de su personal.

Reflexionando sobre las dinámicas que dañan los buenos resultados que puede ofrecer la inversión en la exploración espacial, James Webb, quien fuera el segundo administrador de la NASA (1961–1968), señalaba en un artículo de 1963, “los programas que avanzan y se detienen como resultado de reacciones a corto plazo a las situaciones presentes son, por su propia naturaleza, inútiles”. Para conseguir el éxito en materia espacial “un nivel constante de apoyo durante un largo período de años, es esencial”. En Argentina se ha vuelto a colocar a los EE.UU como modelo a seguir, en esa tesitura sería conveniente inspirarse en las indicaciones de quienes forjaron los aspectos más encomiables de esa sociedad.

La llegada de la humanidad a la Luna, hito específico y descollante de una aventura espacial mucho más amplia que ha llevado naves terrestres a otros planetas y más allá del Sistema Solar, ha sido el resultado de un esfuerzo colectivo a nivel de especie aunque los esfuerzos y logros específicos hayan condensado en uno u otro país particular. El legado de ese camino ha sido múltiple, deviniendo, en una de sus dimensiones, en un extraordinario impulsor del desarrollo económico y social de las naciones que lo protagonizaron en forma directa. Algo similar ocurrió hace cinco siglos con otro acontecimiento análogo que implicó alcanzar un “nuevo mundo”. En el sector espacial, Argentina, a pesar de su atraso relativo y sus variadas inestabilidades y regresiones en otros aspectos de su vida como nación, ha conseguido una serie de logros que de ninguna manera deben desecharse o debilitarse. Los beneficios de alcanzar las estrellas y el espacio, se cosechan a diario en la Tierra.

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ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL ESPACIO – Por Carlos de la Vega

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